17 de febrero - Llevar el mensaje, no el adicto - Sólo Por Hoy
«Se puede analizar, aconsejar, razonar, rezar, amenazar, castigar, pero no parará hasta que quiera.»
Quizás una de las verdades más duras a las que debamos enfrentarnos en recuperación es que somos tan impotentes ante la adicción de otro como ante la nuestra. Tal vez pensemos que como hemos tenido un despertar espiritual en nuestra vida, deberíamos ser capaces de convencer a otros adictos de que se recuperen. Pero hay límites respecto a lo que podemos hacer para ayudar a otro adicto.
No podemos obligarlos a dejar de consumir. No podemos darles los resultados de los pasos ni crecer por ellos. No podemos quitarles la soledad ni el dolor. No hay nada que podamos decir para convencer a un adicto asustado de que cambie la infelicidad conocida de la adicción por la inquietante incertidumbre de la recuperación. No podemos meternos en la piel de otros y cambiar sus objetivos ni decidir por ellos lo que más les conviene.
Sin embargo, si evitamos ejercer esta presión sobre la adicción de otras personas, quizás podamos ayudarlas. Si dejamos que se enfrenten a la realidad, por muy dolorosa que sea, a lo mejor crecen. Siempre y cuando no intentemos hacerlo por ellos, quizás se vuelvan más productivos, según su propio criterio. Pueden convertirse en la autoridad de su propia vida, a condición de que nosotros seamos únicamente autoridades de la nuestra. Si aceptamos todo esto, podemos convertirnos en lo que estamos destinados a ser: portadores del mensaje, no del adicto.
Sólo por hoy: Aceptaré que soy impotente no sólo ante mi propia adicción sino también ante la de cualquier otro. Llevaré el mensaje, no al adicto.
Texto Básico, p. 75
No podemos obligarlos a dejar de consumir. No podemos darles los resultados de los pasos ni crecer por ellos. No podemos quitarles la soledad ni el dolor. No hay nada que podamos decir para convencer a un adicto asustado de que cambie la infelicidad conocida de la adicción por la inquietante incertidumbre de la recuperación. No podemos meternos en la piel de otros y cambiar sus objetivos ni decidir por ellos lo que más les conviene.
Sin embargo, si evitamos ejercer esta presión sobre la adicción de otras personas, quizás podamos ayudarlas. Si dejamos que se enfrenten a la realidad, por muy dolorosa que sea, a lo mejor crecen. Siempre y cuando no intentemos hacerlo por ellos, quizás se vuelvan más productivos, según su propio criterio. Pueden convertirse en la autoridad de su propia vida, a condición de que nosotros seamos únicamente autoridades de la nuestra. Si aceptamos todo esto, podemos convertirnos en lo que estamos destinados a ser: portadores del mensaje, no del adicto.
Sólo por hoy: Aceptaré que soy impotente no sólo ante mi propia adicción sino también ante la de cualquier otro. Llevaré el mensaje, no al adicto.